El soberbio habla, predica -o trina- con circunloquios e hipérboles ininteligibles para mostrarle al pueblo una florida cultura.
Desde los tiempos del Papa San Gregorio en el siglo VI de la era cristiana, que oficializó la existencia de los Pecados Capitales en el ámbito religioso, hasta los tiempos laicos de nuestra época, su consideración ha generado una extraña fascinación por sus alcances espirituales y su impacto en la vida cotidiana.
El primero de los pecados, el pecado original, manifestaba Santo Tomás de Aquino, fue la soberbia, el origen de todos los pecados.
De hecho, la soberbia condujo a Lucifer -el ángel caído- a revelarse contra Dios. La soberbia es la cumbre del amor propio, la madre de todos los pecados, la soberana de todos los vicios y el pecado capital de los poderosos, que al presumir que son mejores que los demás, los impulsa a mirar hacia abajo a los demás mortales.
Los pecados adquieren la categoría de capitales cuando originan otros vicios, otros pecados. Santo Tomás lo describe así: “Un pecado capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”.
Santo Tomás define al soberbio como aquel ser que tiene, que siente, un amor desordenado, desproporcionado, hacia su propio bien por encima de todo lo demás, incluso de otros bienes superiores. El vicio de la soberbia es el más difícil de exterminar; es tan fuerte, que opaca todas las virtudes y corrompe el alma humana, especialmente de los seres autoritarios, más aún si son políticos, donde la soberbia es pertinaz, dañina y perdurable.
Desde el país nacional y el país político, hemos visto de cerca la soberbia, la hemos sentido a partir del instante mismo en que Gustavo Petro probó las mieles del poder presidencial, que lo han encumbrado hasta colocarlo entre los más soberbios del planeta. “De la ceguera del corazón”, pregonaba San Pablo, “libranos Señor”.
Como la arrogancia, el engreimiento, la vanidad y el envanecimiento del soberbio opacan la visión de los autócratas y nublan el juicio de los políticos, especialmente de los radicales de izquierda, le pedimos al Señor algo de humildad para este activista y remover su acrecida y perniciosa soberbia.
La humildad y el recato republicano y democrático son el antídoto perfecto de la soberbia, pues promueve la modestia en el hablar, la mesura en el andar y el corazón en el sentir.
El soberbio habla, predica -o trina- con circunloquios e hipérboles ininteligibles para mostrarle al pueblo una florida cultura y un dominio cervantino del castellano “para expandir el virus de la vida por las estrellas de universo”. Pero como dice el refranero popular, dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Donde hay humildad, hay sabiduría, rezan las Escrituras. ¡De la soberbia petrista, libranos Señor!
ANDRÉS ESPINOSA FENWARTH
Miembro del Consejo Directivo del ICP.
andresespinosa@inverdies.co
HECTOR GUTIERREZ P
El problema maligno de la soberbia, se incrementa en este caso cuando ya se ha detectado y clarificado que se actúa siempre con mala fe, con mentiras permanentes y siempre buscando la oportunidad de hacerse a los recursos del estado para tratar de usarlos en su provecho y luego desaparecerlos junto con todos sus compinches, de la misma forma que lo han hecho siempre los tiranos corruptos, reconocidos en la Historia de la humanidad y bastante más cerca a los vecinos corruptos y también indignos de nuestra región.