Los cimientos del imponente edificio Berlaymont ubicado en la Rue du Loi en Bruselas, sede de la Comisión Europea, se estremecieron la semana pasada con una sentencia del Tribunal Constitucional de Polonia, que desconoce el principio fundacional de la Unión Europea: la primacía o prevalencia del derecho comunitario sobre el ordenamiento nacional, incluidos los fallos del Tribunal de Justicia Europeo, que son vinculantes para todos los Estados Miembros, Polonia incluida.
El ascenso y consolidación, hace dos años, de la derecha ultracatólica más reaccionaria del partido PiS de Polonia, y de su autoritario primer ministro, Mateusz Morawiecki, desafían desde entonces el orden comunitario y el futuro de Europa. Polonia culminó su proceso de adhesión a la Unión Europea en el 2003, con lo cual se comprometió a respetar los principios constitucionales incluidos en el Tratado de la Unión Europea, que ahora desconoce de manera torpe y atolondrada.
El centro de gravedad del fallo constitucional promovido por el Ejecutivo sostiene que la Unión Europea no tiene competencia para evaluar la justicia polaca, con lo cual ampara las recientes reformas del poder judicial adelantadas por el Gobierno polaco para coartar la independencia de los jueces locales.
A través de un comunicado oficial, la Comisión Europea ha expresado su “preocupación” y reafirmado la férrea defensa de los principios que sustentan el ordenamiento jurídico europeo incorporados en sus tratados constitutivos. Dentro de su arsenal punitivo, se encuentra el congelamiento de subsidios por 36.000 millones de euros y la activación del procedimiento sancionatorio del artículo 7 del Tratado de Ámsterdam de 1997, que permite enfrentar este tipo de violaciones, consideradas graves y persistentes. Sin embargo, su aplicación podría abrir una caja de Pandora, que podría desembocar en una profunda crisis constitucional a nivel europeo, o incluso, en la eventual salida de Polonia de la Unión Europea.
Los padres fundadores de la Europa moderna de nuestro tiempo, Churchill, Adenauer, Monnet y Schuman, deben estar revolcándose en sus tumbas por el desafío polaco, que puede reanimar el euroescepticismo vivido con el Brexit y promover una estampida existencial de otras naciones europeas.