La 9ª Sinfonía es vida, pasión, belleza, energía, alegría, jubilo, esperanza, humanidad y libertad, protegida como Patrimonio de la Humanidad.
El 7 de mayo de 1824, Ludwig van Beethoven estrenó y dirigió personalmente su 9ª Sinfonía en el desaparecido teatro de la corte imperial, Kärntnertortheater de Viena, dedicada al rey Federico Guillermo III de Prusia. Los asistentes, maravillados, ovacionaron a Beethoven con admiración, quien, lastimosamente, no podía oír los encendidos aplausos a causa de su avanzada sordera, que empezó a manifestarse antes de cumplir los 30 años. Era la primera aparición en público del célebre compositor en una década, que a la postre, resultó ser la última.
Nuestro profesor de música, el pianista Alfonso Pérez, nos cuenta que la 9ª Sinfonía tuvo un largo período de gestación, que comenzó en 1816. En aquella época, la composición de la Misa Solemne absorbía prácticamente todo la atención del compositor. Una vez terminada esta obra maestra, Beethoven recibió una invitación de la Sociedad Filarmónica de Londres para componer una nueva Sinfonía, que basó en su proyecto original.
A finales de 1823, Beethoven decidió introducir una novedad musical para la época, un movimiento cantado con solistas y coro. Desde 1793, Beethoven conocía el poema del dramaturgo más importante de Alemania, junto con Goethe, Friedrich Schiller, titulado Oda a la Alegría (An die Freude), que el compositor añadió al cuarto movimiento, antecedido de una breve introducción de su autoría. Es posible que el entusiasmo de Beethoven se debiera a que el título original de aquellos versos de Schiller era Oda a la Libertad (Ode an die Freiheit), texto originalmente pensado para La Marsellesa.
La 9ª Sinfonía es vida, pasión, belleza, energía, alegría, jubilo, esperanza, humanidad y libertad, protegida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2001. Los compases de los tres primeros movimientos narran el caos universal antes de la creación, que de forma sublime y expresiva nos conducen con estupendos y rítmicos matices al cuarto movimiento, a la Oda a la Alegría, que reúne a toda la humanidad en un abrazo celestial. La fuerza de la 9ª Sinfonía no ha sido ajena al mundo de la política. En 1972, el Consejo Europeo adoptó como Himno del Viejo Continente su cuarto movimiento, arreglado exclusivamente para coro.
El 25 de diciembre de 1989, el maestro estadounidense de origen judío, Leonard Bernstein, fue elegido para dirigir la celebración de la caída del Muro de Berlín con una grandiosa interpretación de la 9ª Sinfonía en el Schauspielhaus. La orquesta, los solistas y los coros estaban conformados, simbólicamente, por instrumentistas y cantantes de los países aliados y de Alemania, dirigidos por un judío. Bernstein, en un momento de inspiración, decide cambiar la palabra Alegría (Freude) de Schiller por su versión original, Libertad (Freiheit), de manera que el excepcional y majestuoso cuarto movimiento de la 9ª Sinfonía se convirtió en un Himno a la Libertad.
ANDRÉS ESPINOSA FENWARTH
Miembro del Consejo Directivo del ICP.
andresespinosa@inver10.co