El Congreso Nacional Cafetero, reunido esta semana, tiene la responsabilidad histórica de renovar los derroteros de la arcaica institucionalidad de la Federación Nacional de Cafeteros, para enrumbarla hacia la satisfacción de las apremiantes necesidades del mercado local e internacional, o dejarla anclada en el siglo pasado, añorando las mieles de un pacto de cuotas que nunca volverá a regir la caficultura mundial.

Los ilustres analistas de la problemática cafetera, los exministros de Agricultura Roberto Junguito y Carlos Gustavo Cano, coinciden en la progresiva irrelevancia de la Federación Nacional de Cafeteros como vocero determinante del acontecer nacional. El surgimiento del movimiento de las ‘dignidades’ cafeteras, derivado de la desconexión de la Federación con las bases campesinas, pone a prueba a este ente gremial que, en lugar de modernizar su envejecida diplomacia comercial –destetarse del Gobierno Nacional y fomentar la empresarización del cafetero– frena estos procesos con regulaciones comerciales ajenas a las realidades del mercado cafetero actual.

En los últimos 20 años, el tradicional ‘Eje Cafetero’, compuesto por Caldas, Risaralda y Quindío, ha sido reemplazado por los departamentos de Huila, Cauca y Nariño, zonas de pequeños productores que representan el 27 por ciento del total nacional. A nivel global, nuestra participación pasó del 20 al 7 por ciento, lapso en el cual Vietnam e Indonesia nos desplazaron al cuarto lugar. De acuerdo con Juan José Echavarría, director de la Misión de Estudio del sector, entre 1970 y 2007 la productividad cafetera se mantuvo estancada; luego se desplomó de 14 a 8,3 sacos por hectárea –por la demora en la renovación cafetera y el cambio climático–, la tercera parte de Brasil y la mitad de Costa Rica y Honduras. Echavarría sostiene que para el 2020 la balanza cafetera se inclinará a favor de las variedades robustas de bajo precio, que favorecen las mezclas exigidas por el mercado, segmento que la Federación se niega a incorporar en su radar.

A diferencia de Brasil, que sí promociona el consumo interno, la Federación dirige sus instrumentos –garantía de compra, extensión, investigación, control de calidad, promoción, control de producción y comercialización– hacia el mercado externo, en detrimento del consumo local, atascado en 1’300.000 sacos de café.

Según Agronet, entre enero del 2005 y agosto del 2013, Colombia importó 4,2 millones de sacos para el consumo doméstico, por 552 millones de dólares, recursos que perdieron los cafeteros colombianos. Como afirma Carlos Rojas, presidente de Asoexport, la interacción del consumo interno y exportaciones permitiría maximizar el ingreso de los productores nacionales.

Advertía el dramaturgo alemán Bertolt Brecht que “las revoluciones se producen en los callejones sin salida”. Así, el Gobierno hace la revolución cafetera, o la ve hacer.