Europa está literalmente sitiada por los relucientes tractores de miles de agricultores apostados a lo largo y ancho de Alemania, Francia, Italia, España y Grecia en protesta por las modificaciones ambientales que Bruselas quiere imponerles a partir del 2030. Desde 1962, los agricultores europeos se han beneficiado a manos llenas de generosos subsidios y elevados niveles de protección previstos en la Política Agrícola Común, que les ha permitido horizontes de producción agropecuaria más allá de sus necesidades alimentarias y estratégicas.

Los subsidios agrícolas europeos para el periodo 2023-2030 ascienden a 480 billones de euros, equivalentes al 40 por ciento del presupuesto comunitario para sostener una actividad económica que no supera el uno por ciento del PIB y emplea el cuatro por ciento de la fuerza de trabajo europea. La montaña de subsidios y el muro de protección agropecuaria europea -arancelaria y pararancelaria- no tiene comparación con ninguna otra actividad oficial agropecuaria en el planeta. Cabe preguntarse, entonces, ¿por qué protestan los agricultores europeos en medio de este río de leche y miel? Pues bien, el descontento rural tiene, en esencia, dos explicaciones. En primer lugar, los agricultores europeos se oponen de pies y manos a las políticas climáticas del Acuerdo Verde, que pretenden transformar la economía europea en neutra en materia de carbono.

La estrategia del Campo a la Mesa busca reducir en 50 por ciento el uso de pesticidas y fertilizantes y readecuar el agro a las metas de neutralidad climáticas. Los agricultores protestan por el hecho que estos objetivos no consultan la realidad de los agricultores europeos, que son penalizados económicamente con la nueva visión climática del agro. A lo anterior se suma el desbalance que habría con los alimentos importados, que no tendrían que cumplir con las exigencias verdes impuestas de manera inconsulta por los burócratas desde Bruselas. La cereza del pastel de la discordia tiene que ver con el aumento de las importaciones de granos de Ucrania en condiciones de favor y la eventual implementación del acuerdo comercial con Mercosur, trabado por los agricultores franceses desde hace 20 años.