Fernando Rojas, experto en movilidad, considera que la troncal por la carrera séptima se vuelve problemática desde la calle 32 hasta la calle 85.

La antigua Calle Real, la emblemática carrera séptima de Bogotá, está amenazada por la administración del alcalde mayor, Enrique Peñalosa, paradójicamente elegido por Planetizen como uno de los urbanistas más influyentes del planeta. El proyecto distrital de la carrera séptima, que va desde la calle 32 hasta la calle 200 y sus conexiones viales con la 26, 85, 92, 94, 100 y 170, son el mayor despropósito urbanístico de la historia republicana de Bogotá, eje histórico, cultural, político, económico, financiero y residencial de nuestro país.

Fernando Rojas, experto en movilidad, considera que la troncal por la carrera séptima se vuelve problemática desde la calle 32 hasta la calle 85. Para hacer los tramos previstos de dos carriles de Trasmilenio, se requieren –sin ciclovía– 60 metros, según el cuadernillo de andenes de la Secretaría Distrital de Planeación y el Plan de Ordenamiento Territorial. Los trechos comprendidos entre las calles 45, 70, 72 y 85 cuentan con un promedio de 20 metros que imposibilitan la obra, salvo venta forzada o expropiación de 337 predios y edificaciones residenciales.

Si a lo anterior le añadimos la ciclorruta, el espacio vital para el transporte público, privado, andenes y bicicletas será aún menor, como lo evidencia el caos vehicular en el horrendo engendro de la carrera 11 entre las calles 81 y 100, antiguamente una vía residencial encantadora y arborizada de doble calzada. El proyecto distrital de la carrera séptima configura el mayor arboricidio urbano del siglo; de acuerdo con la Secretaría Distrital de Ambiente, Transmilenio “afectaría” 773 árboles sembrados en separadores y antejardines, entre las calles 72 y 170.

Para comprender lo que puede ocurrir en la carrera séptima, basta examinar un estudio de movilidad del Banco Mundial, la Universidad de los Andes y Findeter, según el cual “las áreas a lo largo de las líneas de Transmilenio en la avenida Caracas fueron construidas sin consideración de la fachada urbana. Los puentes elevados que conectan los andenes con las entradas de Transmilenio son visualmente poco atractivos, generan fuerte ruido, crean rutas ineficientes y enrevesadas y pueden originar dificultades para las personas mayores y con movilidad reducida. Los buses en las líneas más concurridas están atiborrados, lo cual genera hacinamiento y largas esperas. Los carriles de los buses y las estaciones fueron ubicados en los separadores de las arterias para permitir la operación rápida de los buses. Este diseño, no obstante, se enfocó en la movilidad, ignorando los objetivos más amplios de desarrollo urbano y mejora de los entornos existentes”.

El deterioro de la congestión vehicular, la inseguridad rampante y la creciente desvaloración son la impronta de Peñalosa en la Caracas. Los bogotanos huyen de la vía, salvo los vendedores ambulantes, que invaden el espacio público, como ocurre en la Avenida Jiménez y las calles 72, 100, 127, Toberín y Portal del Norte.

Como diría Einstein, “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.
¡No al Transmilenio por la séptima!