El regreso de EE. UU. al Acuerdo de París anunciado por Biden, le da un aire de esperanza al vapuleado multilateralismo y a la globalización.
Soren Kierkegaard, filósofo y teólogo danés, decía que la vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante.
En eso estamos por la omnipresencia de la pandemia, que transformó el mundo actual y aceleró el comienzo de un insólito futuro. Para ser rectores del porvenir en lugar de esclavos de nuestro pasado, conviene esclarecer entre tanta opacidad las megatendencias que podrían regir nuestro planeta en esta era de pandemia.
En el terreno político, la polarización y el populismo, concebidos como hermanos gemelos por sus dirigentes, serán a la vez tendencia y amenaza en los próximos años.
Es más, el covid-19 les ha permitido a los gobiernos nacionales y regionales coartar las libertades individuales como nunca antes en la historia moderna. Hasta el punto de que, según el escritor y pensador israelita, Yuval Noah Harari, la pandemia podría “originar el peor sistema totalitario que haya existido”.
El antídoto es, por supuesto, el fortalecimiento de la democracia participativa y la vertical defensa del Estado de Derecho.
A nivel económico, la inteligencia artificial, la economía digital y la creciente prevalencia de los activos intangibles podrían cambiar de manera significativa la prestación de servicios financieros, legales, e incluso, de salud pública. Hace una década, Marc Andreessen, inversionista estadounidense, predijo que el software se comería el planeta.
Tenía razón. En teoría, este nuevo cosmos debería generar mayor eficiencia, velocidad, personalización y menores costos de uso del capital humano y financiero.
En la práctica, sin embargo, estos desarrollos de bienes y servicios intangibles, presumiblemente concentrados en las economías más avanzadas, podrían ampliar la brecha tecnológica y productiva existente con los países de menor desarrollo como el nuestro, que aun giramos en torno de la arcaica revolución industrial y la explotación de productos básicos de origen minero energético y agrícola.
El fármaco para contrarrestar esta tendencia es reconocerla y actuar en consecuencia, mediante la promoción de la innovación, mejora de la productividad y diversificación de las fuentes de crecimiento económico.
La pandemia aceleró la revolución energética. La conversión a una sociedad verde, descarbonizada y sostenible se ve acentuada con la elección del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cuyo programa de gobierno comprende la generación de energía eléctrica sin carbón para el 2035 y la reducción a cero de las emisiones de gases de efecto invernadero para el 2050.
Su realización exige una fuerte inversión en innovación tecnológica y la consecuente transformación de las estructuras económicas y sociales estadounidenses, que será preciso entender y adaptar a nuestra realidad.
El regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París previsto desde el inicio de la presidencia de Joe Biden y la anunciada convocatoria a una cumbre global sobre el cambio climático que se realizaría dentro de los primeros cien días de su mandato, le dan un aire de esperanza al vapuleado multilateralismo y a la globalización, ambos de capa caída durante la administración Trump.
¡Bienvenidos al futuro!