El maniqueísmo es una doctrina bipolar, que suprime los matices y prescinde de la complejidad dialéctica de las cosas. Originalmente, esta dicotomía proviene de los seguidores de Maniqueo o Manes, autor de una herejía del cristianismo, que se inició en el año 242 de nuestra era en Persia y que se extendió por Oriente Medio y el Imperio Romano. El falso profeta Maniqueo murió crucificado en el año 276 por orden del rey sasánida Bahram I. A partir de este antecedente doctrinario de naturaleza mística, podemos distinguir la existencia del maniqueísmo arancelario, como la actitud de quienes pretenden convertir la política arancelaria en un objeto de culto humano y dividir el mundo del ser y del deber ser en dos categorías excluyentes: la apertura comercial hacia adentro (definida como bajos aranceles y elevadas importaciones) o el estancamiento económico. Los maniqueos arancelarios se conducen obsesivamente de acuerdo con esta bipolaridad en su prolija vida pública y en sus planteamientos privados.

La doctrina del maniqueísmo arancelario es una receta binaria en la cual ideas poco sólidas y posiciones atractivas a medio cocinar, conocimiento limitado de los hechos, particularmente del sector agropecuario y de su compleja realidad, sumado al escaso estudio de sus antecedentes y referentes internacionales, se plantean propuestas sin mayor contemplación política ni rigor científico, respecto de sus devastadores impactos económicos y sociales.

En el pasado, la apertura hacia adentro era vendida como la puerta de entrada al paraíso terrenal, por medio de la internacionalización y la mejora de la productividad, ligada al cierre de empresas supuestamente ineficientes e inexorable sacrificio de empleos de origen nacional. Ahora, los maniqueos arancelarios afinan la doctrina para incorporar el control de la inflación como parte de su acervo piadoso. La especiosa argumentación es la siguiente: la inflación es generada por la merma en la oferta nacional de bienes agropecuarios; al rebajar los aranceles, se incrementan las importaciones de alimentos importados y desciende mecánicamente la inflación.

Los maniqueos arancelarios bien saben que tienen una oportunidad de oro para confundir al Gobierno y al Banco Central con sus notas discordantes sobre la inflación, que en Colombia tiene múltiples orígenes, que van más allá de un choque transitorio de oferta agrícola generado por el fenómeno de ‘El Niño’. La persistencia del aumento de los indicadores básicos de inflación de bienes transables, no transables y regulados –cada vez más lejanos del límite superior del rango meta fijado por el Emisor– comprueban la existencia de presiones de demanda y de la tasa de cambio, vía mayor gasto de los consumidores, que también presionan al alza los precios. Los incrementos de los costos salariales, sumados a las mayores expectativas de inflación –desancladas del rango meta del Emisor– y la activación de mecanismos automáticos de indexación, contribuyen igualmente a la aceleración del costo de vida, que en poco o nada se resuelve con menores aranceles e indolente importación de alimentos.