Duele el mutismo de la Nunciatura Apostólica, el Arzobispado, la Conferencia Episcopal y el Celam.
La celebración del día de la mujer en Bogotá del pasado 8 de marzo, 8M, erróneamente autorizada y promovida por la Alcaldía Mayor, aparentemente pretendía reivindicar las inaplazables causas feministas contra la desigualdad de género, feminicidio, discriminación y violencia intrafamiliar.
Los panfletos informativos compartidos en las redes sociales por el movimiento “Somos Un Rostro Colectivo” instruían a sus seguidoras para que salieran a la calle con ropa negra, pañuelos morados y velas.
La marcha del 8M estaba convocada para las dos de la tarde en el Parque Nacional, inaugurado con fanfarria por el presidente Enrique Olaya Herrera en 1934. Allí se congregaron a la hora señalada cientos de mujeres manifestantes, quienes, acompañadas por tambores y bailes brasileros propios de la batucada, iniciaron su parsimonioso y decidido recorrido hacia la Plaza de Bolívar.
La protesta comenzó en forma organizada y cadencia acompasada con la pegajosa consigna “avancen, avancen, avancen”, que gritaban a pleno pulmón las organizadoras, quienes de antemano habían advertido que se debía “respetar el ritmo de la movilización” de las mujeres vestidas de negro de la cabeza a los pies, algunas con pasamontañas para camuflar su identidad.
La ciudadanía no sabía que lo peor estaba por venir. La masa femenina caminaba hacia el vandalismo desatado con pasos calculados y atentos.
Durante la manifestación, las mujeres de negro agredieron a los fotógrafos por el hecho de ser hombres, con lo cual se nivelaron por lo bajo con un comportamiento antisocial, que supuestamente rechazaban. En medio de la algarabía femenina, según un trino de la secretaria de Gobierno del Distrito, “un grupo de 200 mujeres generaron graves afectaciones a la seguridad…rompiendo estaciones y articulados”. Los videos de la Policía muestran como la aglomeración enardecida de mujeres guarnecidas de negro y encapuchadas como bandidos, vandalizaron los articulados de TransMilenio, rompieron a patadas pequeños negocios y tiraron papas bomba contra las puertas de los establecimientos comerciales de modestos microempresarios ubicados en la carrera 7 con calle 18.
Al llegar a la esquina de la carrera 7 con la Avenida Jiménez, los vándalos de tesitura femenina se fueron cruz en ristre contra la Iglesia de San Francisco. Allí, frente al templo católico construido por los franciscanos entre 1527 y 1611, las mujeres de negro quemaron, como ángeles caídos del Averno, una enorme cruz y la aventaron contra el portón principal de color verde para derribarlo con el fuego de su movimiento. La oportuna intervención del Esmad evitó que la turba destruyera esta venerable Casa de Dios en la tierra.
La marcha de los enemigos de la cruz sigue la agenda del Foro de Sao Paulo, que prioriza la degradación religiosa, y los dictados violentos de los ‘incitadores’ chilenos que buscan replicar lo ocurrido en Santiago. Duele, así, el mutismo de la Nunciatura Apostólica, el Arzobispado, la Conferencia Episcopal y el CELAM.¡Hoy calcinaron la cruz, mañana quemarán las Iglesias!