Las masas, en su afán de sobrevivir, destruyen irracionalmente las raíces de la vida social y económica que las mantiene.
José Ortega y Gasset escribió “La rebelión de las masas” en el convulsionado ambiente de los años treinta entre de dos guerras mundiales, interregno por cierto muy diferente al actual, pero que preserva su plena vigencia en los albores del siglo XXI.
El filósofo español analizó la aglomeración social y el comportamiento de la muchedumbre en forma atemporal, cuya contribución filosófica centra su argumentación en la imposición del hombre masa sobre el total de la sociedad, que, sin saberlo, contribuye a explicar los despotismos y la pavorosa conflagración mundial de los años venideros.
El hombre masa simplemente mantiene apetitos, cree que solo tiene derechos y no reconoce sus obligaciones con la sociedad. En Latinoamérica, pretende manipular la región a su antojo con las plúmbeas cargas ideológicas disolventes del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla.
Al hombre masa, dice Ortega, “no le preocupa más que su bienestar, y al mismo tiempo, es insolidario con las causas de ese bienestar”. En los mítines que provoca, la rebelión de las masas populares busca el pan a través de exigencias o petitorios excesivos e irrealistas, pero al mismo tiempo, suele destruir las panaderías, es decir, los medios de subsistencia de la sociedad toda.
Las masas, en su afán de sobrevivir, destruyen irracionalmente las raíces de la vida social y económica que las mantiene.
El pensador madrileño nos recuerda que las masas en rebelión acuden, en la vida pública, a la ‘acción directa’, consistente en su pretensión de revertir el orden establecido y proclamar la violencia ciudadana en las calles como su única razón de ser.
Así nacieron al fascismo y el comunismo en el siglo pasado. En nuestras tierras, las masas actúan de forma provocadora para instigar la reacción policial en su contra, que luego es llevada a la picota pública para su injusto linchamiento social.
Caso aparte es el anacrónico Comité Nacional de Paro, reducido a las centrales obreras y Fecode, que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, llanamente, quiere imponer sus sinrazones manipulando a las masas para que salgan a marchar.
Recordando al pensador hispano, este incongruente Comité se arroga el derecho a no tener razón, y al hacerlo, pretende patentar los desafueros de la desobediencia civil y la insubordinación.
Para comprobar sus contradicciones, bastaría traer a colación su propuesta de paro en medio del cese obligatorio de actividades más largo de la historia.
Agravado con un pliego de peticiones –propio del fallido socialismo del siglo XXI–, que secuestra las finanzas públicas e incluye una renta básica de un salario mínimo legal vigente, por seis meses, para treinta millones de colombianos, moratoria en el pago de los créditos hipotecarios, consumo y servicios públicos, sumado a la subvención del valor total de las nóminas de dos millones de micro y pequeñas empresas (Mipymes), educación gratuita en las instituciones públicas de enseñanza superior y subsidios para las universidades privadas.
Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP.
andresespinosa@inver10.co