En Colombia pasamos de la pandemia a la crispación social permanente.
Desde tiempos inmemoriales, el arte de la política ha sido parte integral de las preocupaciones de la humanidad, pensante y consciente.
De la misma manera que las obras maestras del renacimiento italiano, el barroco europeo, el impresionismo francés y la modernidad, la política como toda obra de arte presupone un esfuerzo creativo sublime y abundante técnica.
Cuando se habla del arte de gobernar, hacemos referencia al término lingüístico y al objetivo de toda acción política, el hombre y el poder del dignatario sobre el gobernado. La antigua teoría aristotélica del orden, la armonía y la proporción clásica podrían definir el ideal político de múltiples maneras, que llegarían, sin embargo, a confundirse con la utopía platónica, que, por su interpretación, sería irrealizable.
Esta disquisición nos podría llevar, entonces, a una cruda verdad conforme a la cual los hechos políticos se desenvuelven de manera vulgar o lo hacen como una acción creadora.
Vista desde la perspectiva empírica no filosófica, la política se mueve realmente como una actuación mecánica, cada vez más corrupta, o como una obra creadora, por definición transformadora, y, por tanto, de cambio de las viejas costumbres políticas y de consolidación de una visión innovadora y justa de la sociedad.
El mandatario puede equivocarse en la elección de los medios, incluso en la selección de sus ministros, que podrían ser, por tanto, ineficaces y fusibles de recambio, pero nunca podrá hacerlo en el escogimiento de sus objetivos, so pena de fracasar por entero en su empeño renovador.
Esta capacidad casi sobrehumana, inherente solo a los gobernantes, los hace imprescindibles para el resto de los hombres, sus gobernados. El mandatario será el que los guíe hacia un fin, pues, como decía Maquiavelo, «la multitud sin jefe no presta servicio alguno…y es inútil sin alguien que la dirija.»
Resulta evidente que los trucos o marrullerías políticas -como el reparto de la mermelada burocrática y presupuestal en toda la tostada- no son, en modo alguno, garantía de la fuerza creadora. Todo lo contrario. Acaso le convenga al jefe de Estado conocer estos turbios mecanismos como un saber defensivo para prevenir sus extravíos o aplicar sus correctivos, pero nada más.
La política como labor creadora exige una experiencia distinta de sólida cimentación y rara determinación, con profundo conocimiento de la historia política del país para no cometer los mismos errores del pasado. Los mandatarios son políticos, y deben, por tanto, gobernar con políticos. La capacidad creadora del político, como la del poeta o el artista, consiste en anticipar las tormentas y realizar a tiempo los ajustes en el velamen político para aprovechar con sapiencia los vientos a favor o sortear con arrojo los temporales en su contra.
En Colombia, pasamos de la pandemia a la crispación social permanente. Llegó la hora de reforzar la nave de la gobernabilidad con políticos probos y experimentados, que contribuyan a navegar las aguas procelosas de la conflictividad actual.
Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP.
andresespinosa@inver10.co