La injusticia suprema en Colombia

Al concebir la injusticia en términos negativos, podemos vislumbrar con claridad su verdadera naturaleza, humana y perversa.

De tiempo atrás, el país nacional y el país político han sido testigos de excepción de los fallidos intentos de reformar la justicia. Hasta ahora, todo esfuerzo ha sido en vano, como la esperanza perdida de García Lorca.

La filosofía aporta nobles teorías de justicia a fuerza de pensar cuáles serían las condiciones requeridas para que nuestro país sea una sociedad justa, fundada en el bien común, la libertad y la democracia liberal. Estas ideas deberían traducirse en el diseño de instituciones sólidas que pudieran impartir justicia con todas las letras. La realidad colombiana evidencia lo contrario.

Al reflexionar sobre estos asuntos, podemos concluir que no contamos con teorías sobre la injusticia, cuyos elementos deberían ser la esencia de una verdadera reforma nacional de nuestro andamiaje jurídico. 

En su forma más simple, según la Real Academia de la Lengua, injusticia proviene del latín iniustitia, definida como la acción contraria a la justicia o la ausencia de justicia. 
Al concebir la injusticia en términos negativos, podemos vislumbrar con claridad su verdadera naturaleza, humana y perversa. 

En la antigüedad, Aristóteles se ocupó de la injusticia. En su obra La Ética a Nicómaco, Aristóteles afirma que toda acción humana se realiza en procura de un fin, que puede ser la justicia, y el fin de la acción, es decir la justicia, que puede ser el bien que se busca.

Aristóteles determina que las virtudes pueden ser éticas, morales o de carácter, especialmente la justicia, que viene del alma en tanto que obedece a la razón; su negación, la injusticia, resulta ser un desenfreno malévolo, fatuo y contrario a la razón, consistente en la pretensión de poseer más allá de lo que corresponde a expensas de los demás. 

Después de la vida, el bien superior es la libertad como un derecho fundamental. De ahí que el caso más evidente de injusticia en una democracia que se precie de serlo sea la privación de la libertad por razones ideológicas o políticas. 

Ambas son igualmente infames. Platón decía que la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo. El accionar de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, que ordenó la medida de aseguramiento contra el expresidente y senador, Álvaro Uribe Vélez, es, en ese sentido, una obra maestra para la posteridad. 

La medida de aseguramiento no es idónea, ni era necesaria para los fines que presuntamente persigue, habida cuenta de que existen otros mecanismos legales menos lesivos para preservar sus derechos ciudadanos y responder ante la justicia. La medida de aseguramiento tampoco es ponderada de cara a la gravedad de sus implicaciones personales y familiares, ni existe proporcionalidad frente a la afectación de sus derechos y la presunción de inocencia. 

Lina Moreno de Uribe ha dicho, con razón, que “los jueces han permitido que sea el entorno y los intereses políticos los que dicten sentencia”. Esta es la injusticia suprema.

Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP. 
andresespinosa@inver10.co

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1 comentario

  1. Ricardo J. Fernandez

    Buen Articulo, pero como dice un amigo: «la justicia no ve con los ojos bendados»

    en ingles «Justice is Blind»