La posibilidad de importar el gas desde Venezuela reflejan la ausencia de conocimiento y la carencia de un plan sectorial de gobierno.

Al analizar con objetividad el nombramiento de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, filósofa y doctora en geografía ambiental, es forzoso concluir que el gobierno está en el lugar equivocado, como reza el eslogan de la ‘Casita Roja’. El país sabe bien que la ministra Vélez se dirigía con pies de plomo hacia la cartera de Ciencia y Tecnología, áreas donde podría desempeñarse con solvencia. 

El cambio de tercio en el tejemaneje político de la nueva administración y el aterrizaje forzoso en una cartera que no conoce podrían confirmar sus ambiciones desproporcionadas para obtener un puesto superior a sus capacidades. Ministerio, que, en esencia, abarca la formulación de políticas públicas de minas, energía e hidrocarburos, la expedición de lineamientos técnicos para el sector y la definición de precios y tarifas para los combustibles fósiles y de origen vegetal.

Falta grave es poner a una persona en un cargo de responsabilidad para hacer lo que no sabe. Los ministros que llegan a aprender, por lo general, no lo hacen. Así se disculpen públicamente por los errores cometidos, yerros que podrían ser serios e irremediables. Aceptan estos encargos a sabiendas que, según el Principio de Peter, ascienden hasta alcanzar su nivel de incompetencia, como ocurrió al interior del gabinete del presidente comunista de Chile, Gabriel Boric. La única respuesta, como en Chile, es un remezón ministerial que permita regresar, con sensatez, por el sendero de la experiencia y el conocimiento. En política pública, no todo es, ni puede ser, de naturaleza ideológica. Hacerlo, o aceptarlo así, es propio de las autocracias ubicadas en los extremos del espectro político.

El sainete petrista en torno al gas es la prueba reina de lo anterior. Los anuncios oficiales de suspensión de la exploración y explotación de gas y la posibilidad de importarlo desde Venezuela en medio de la peor crisis energética internacional desde la década de los años setenta, reflejan la ausencia de conocimiento y la carencia de un plan sectorial de gobierno, sostenible y aterrizado, que supere las prioridades primarias de la ministra Vélez: cuidar la casa grande y convencer a los países desarrollados que frenen el consumo y el crecimiento de sus economías.

La cesión a Venezuela de nuestra autosuficiencia gasífera nos pone en las garras de una nación, que a pesar de tener una de las mayores reservas del planeta, no quiere atender su demanda interna ni puede cumplir sus compromisos internacionales por el desplome de la explotación de hidrocarburos -el 90% del gas venezolano está asociado al petróleo-, la estatización comunal de su comercialización y la corrupción subyacente, la migración del personal calificado y la ausencia de mantenimiento de la red de distribución. 
Parodiando a Alfonso Guerra, político socialista español, a veces los personajes, conscientes de su inutilidad, son necesarios para calmar la conciencia petrista.


ANDRÉS ESPINOSA FENWARTH
Miembro del Consejo Directivo del ICP
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