El Grinch es un cascarrabias que no le gusta la Navidad, criatura un tanto amarga, con un corazón dos tallas más pequeño de lo normal, que vive en el cerro de Monserrate, montaña empinada justo al sur de la enorme, pluviosa y nostálgica ciudad de Petrópolis, sede de la fiesta de Navidad. Su única compañía es su caro y joven reno, Max. Desde su posición en lo más alto de la altiplanicie, el Grinch puede oír las ruidosas fiestas de Navidad que tienen lugar en Petrópolis, la ciudad de cráteres mortales, feos grafitis, desgobierno e inseguridad rampantes.

Molesto, el Grinch decide dañar la Navidad de los ricos, la clase media, las empresas, los nuevos emprendimientos y los ahorradores, para lo cual decide lanzar la reforma tributaria más gravosa de todos los tiempos. El Legislativo la aprueba a pupitrazo limpio, remojada en abundante mermelada, con lo cual les amarga los regalos y la Navidad a los acaudalados, las compañías grandes y medianas, los inversionistas y los trabajadores nacionales. El Grinch marchita así con un soplo helado, los verdes pinos y las maravillosas viandas de la fiesta de Navidad.

Luego, el Grinch se disfraza de Papá Noel y le ata una cornamenta de ciervo a la cabeza de Max para arrastrar su trineo de Monserrate a Petrópolis, donde se desliza raudo por la chimenea de los que pagan impuestos y cambia los regalos por recordatorios fiscales, que coloca cuidadosamente al lado de cada árbol de Navidad.

El Grinch toma entonces su trineo de regreso a la cima de Monserrate y se prepara con Max para volcar cartas masivas, conminando a los contribuyentes a presentar pruebas de que cancelaron oportunamente sus impuestos del año, requerimientos que congestionan las oficinas de recaudo de los cuatro puntos cardinales. Mientras tanto, los evasores echan voladores y anticipan, dichosos, la Navidad, a sabiendas de que la nueva reforma tributaria los dejará gozar tranquilos las celebraciones de fin de año, como todos los años.

Al despuntar el alba, se oyen los punzantes gritos de los ciudadanos que cumplen puntualmente con sus impuestos, pues ahora saben que tienen que vender su patrimonio, realizar sus activos, trasladar al exterior o posponer sus proyectos de inversión para poder pagar o sortear el gravamen a la riqueza, el Cree y su sobretasa, con lo cual resulta imposible oírles cantar una canción de Navidad. Por un momento, el Grinch se desconcierta, y en un inesperado arrebato de conciencia que lo atribula hasta que amanece, recapacita en solitario. Para sus adentros, piensa que quizás la Navidad es más que impuestos, regalos y festejos. “Tal vez la Navidad –medita en silencio– significa algo más”. Afligido, con el corazón contrito, intenta cambiar el rumbo del destino, pero se da cuenta de que es tarde, demasiado tarde para salvar la amarga Navidad de 2014.