Esta es la hora para apoyar sin marchas, cacerolas, ni reservas, este diálogo social que le permita al presidente Duque liderar la nación.

Los preocupantes acontecimientos nacionales de los últimos días son un espacio propicio para una reflexión ponderada de lo ocurrido y para la concreción de nuevos derroteros en la incesante defensa de la democracia colombiana. El descontento ciudadano expresado en las marchas pacíficas realizadas a lo largo y ancho del país tiene una relación directa con la perdida de representación y el debilitamiento de los partidos políticos, que no se han adaptado a las necesidades de nuestro tiempo, ni se reponen de la ausencia de mermelada presupuestal y burocrática a la que estaban acostumbrados en la pasada administración.

El declive de los partidos tradicionales de centro y derecha en Colombia, e incluso el prematuro ocaso de los nuevos partidos de similar inclinación ideológica, ha sido perjudicial para la democracia colombiana. Desprovistos de prestigio y encajonados en una ciega polarización, estos se apartan de los ciudadanos para tratarlos mercantilmente como votantes durante la etapa electoral. Este alejamiento aumenta la desconfianza hacia las colectividades políticas y su gestión en favor de la ciudadanía. La fragmentación de los partidos políticos de gobierno y su apartamiento de la Casa de Nariño tampoco contribuyen a la gobernabilidad ni al sostenimiento del esquema gobierno-oposición, desdibujado hasta el punto en que no siempre se distinguen los unos de los otros.

Las redes sociales incrementan aún más la distancia entre los dos estamentos de nuestra sociedad, cuyos ciudadanos se sienten temporalmente empoderados gracias al apoyo de algunos medios de comunicación y la respuesta de la población, que en medio de su profunda desorientación política, se mueven como por instinto hacia las calles a protestar con cacerolas por todo y por nada. Caso aparte son los vándalos –decenas de origen venezolano–, que encapuchados y agazapados entre la muchedumbre destruyen la infraestructura pública al servicio de la comunidad con el fin último de crear un estado de crispación social permanente, que se lleve de calle la democracia y el establecimiento de nuestro país.

De manera análoga, la corrupción, el desempleo, la informalidad laboral, la precariedad pensional y la politización de la justicia contribuyen a erosionar la confianza ciudadana en los valores democráticos que sustentan la nación colombiana desde hace 200 años. La falta de avances sustanciales en estos frentes tiene implicaciones serias para la salud de la democracia colombiana y el eventual aumento del populismo de izquierda, que se aprovecha del descontento cívico para pescar en río revuelto y generar anarquía y desconcierto ciudadano.

En estos casos, el refranero popular de origen hipocrático es sabio: a grandes males, grandes remedios. Este parece ser el espíritu del complejo proceso incluyente de “conversación de todos y con todos”, que recién inicia el presidente Iván Duque, para identificar las preocupaciones ciudadanas y sus correspondientes soluciones.
Esta es la hora para apoyar sin marchas, cacerolas, ni reservas, este diálogo social que le permita al presidente Duque liderar la nación y fortalecer la democracia colombiana.

Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP
andresespinosa@inver10.co