De tiempo atrás, un séquito de industriales, académicos y columnistas de opinión se ha venido lanza en ristre contra la principal y más antigua agroindustria de nuestro país. Los infundados detractores del azúcar han aprovechado el desplome de 42 por ciento en los precios internacionales, observado desde julio del 2014 (de 18,73 a 10,89 centavos de dólar la libra, generado por la descolgada del precio del petróleo y la devaluación del real brasileño) para exigir el desmantelamiento de los instrumentos de protección y estabilización que, por más de 20 años, han garantizado la sostenibilidad de nuestra agroindustria azucarera en un mercado internacional volátil, subsidiado y protegido por excelencia.

De acuerdo con American Sugar Alliance, “el mercado internacional del azúcar es el más distorsionado del mundo, el cual se mantendrá así hasta que se eliminen los subsidios directos e indirectos que los grandes productores utilizan para volcar el azúcar en el mercado global por debajo de su costo de producción”. El 76 por ciento de la producción mundial de azúcar se concentra en 10 productores; el 47 por ciento de las exportaciones totales proviene de Brasil, en contraste con la producción y las exportaciones nacionales, que representan solo el 1,4 por ciento. Esta información es importante para comprender que Colombia es tomador de precios en el concierto internacional, por lo que nos toca bailar samba en las bolsas de Nueva York y Londres, donde se forman las cotizaciones globales de azúcar crudo y refinado.

Para los que promueven la eliminación de la protección arancelaria en Colombia, basta recordarles que en EE. UU. y México, el arancel específico actual es de 147 por ciento (US$357/tonelada), y de 188 por ciento en la Unión Europea (EUR 419/tonelada), los cuales suben de manera inversamente proporcional a la caída del precio internacional. Los mercados de azúcar de estos países están protegidos, además, por licencias y cuotas fuera del alcance de los TLC, que impiden el funcionamiento del libre comercio. Pese a ello, la receta que nos quieren imponer los dulceros y chocolateros es una apertura comercial que les permita importar azúcar subsidiada de Brasil y acrecentar sus abultados márgenes de ganancia, en detrimento del empleo de azucareros y paneleros colombianos.

La respuesta al derrumbe de los precios internacionales de los países productores, como India y Pakistán, consistió en aumentar los subsidios a los productores; en Brasil, el Gobierno amplió del 25 al 27 por ciento la mezcla de etanol; en Egipto, proyectan subir los aranceles. El Gobierno debería ilustrarse y tomar este sendero.

Para completar esta obra digna del teatro del absurdo, las autoridades de control traspapelan exoneraciones, y el Ministro de Salud propone sacarles del bolsillo a los colombianos más pobres 1,9 billones de pesos, mediante un insólito gravamen a los jugos y gaseosas, que fomentaría la miseria y desestimularía los cultivos de azúcar y panela nacionales.