La práctica de la cuarentena comenzó en Venecia durante el siglo XIV con el objetivo de proteger las ciudades costeras de la temible peste negra, que asolaba a las naciones-estado de entonces. Las autoridades portuarias, cautelosas y ciertamente temerosas, les exigieron a los tripulantes y comerciantes de los barcos que llegaban desde puertos infectados que permanecieran anclados durante 40 días antes de desembarcar en tierra firme. De esta práctica sanitaria medieval surgió la palabra cuarentena, proveniente de “quaranta giorni” en italiano, es decir, 40 días de aislamiento.

En aquellos tiempos, no existía evidencia científica o de salud pública para imponer o mantener la cuarentena obligatoria. Sin embargo, la sapiencia del mundo antiguo tenía una mezcla de fundamentos religiosos y antiguas creencias populares que, a la postre, les permitía a sus moradores capotear en cuarentena las pestes y pandemias de la época. Por la Biblia sabemos que se abrieron las compuertas del cielo y el diluvio cayó como un castigo divino durante 40 días; según el Antiguo Testamento, los hebreos vivieron en el desierto de Sinaí durante 40 años; de acuerdo con los Evangelios de Lucas y Marcos, Jesús estuvo 40 días y 40 noches en el desierto de Judea; Mahoma tenía 40 años cuando recibió la revelación de Alá; estuvo 40 días rezando en una cueva y tenía 40 seguidores, quienes le ayudaron a transmitir su mensaje.

En los tiempos modernos, el abrumador impacto económico, corporativo y laboral del aislamiento prolongado -más allá de la cuarentena del mundo antiguo- es la otra cara de la moneda de la pandemia del covid-19, que amenaza con destruir los cimientos del sistema capitalista de mercado que impera en occidente desde hace 70 años. Ahora más que nunca se requiere que nuestros líderes en el ámbito político e institucional actúen con visión de helicóptero, razones de Estado y sentido de la realidad para que favorezcan un tratamiento de choque económico y formalización laboral, que ampare el tejido empresarial y el empleo, promueva el gasto público en infraestructura y cierre la brecha entre el país urbano y rural.

Autor Andres Espinosa Fenwarth
Este artículo obedece a la opinión del columnista. Vanguardia Liberal no responde por los puntos de vista que allí se expresen.