«Llegó la hora para que el pueblo venezolano le ponga fin a la dictadura de Nicolás Maduro».

El fin del comunismo marxista, evidenciado desde la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, abrió las compuertas para el advenimiento de un renovado socialismo, pero igualmente totalitario, de suerte que el ocaso del uno determinó la crisis existencial del otro.

Después del colapso de la Unión Soviética y de los regímenes socialistas de Europa oriental, quedaron en pie tres países gobernados con mano de hierro por el Partido Comunista: China, Corea del Norte y Cuba. El poder político de la Guerra Fría, que abarcaba una superficie de 35 millones de kilómetros cuadrados y albergaba un tercio de la población mundial, se redujo a un ejercicio de supervivencia en el que el dogmatismo ideológico le abrió paso al pragmatismo populista electoral.

El fortalecimiento del capitalismo estatal y autocrático de China ha contribuido a relegar aún más el modelo soviético implantado de manera anacrónica en Cuba por Fidel Castro desde 1959, diseminado a través de hirsutos movimientos guerrilleros y partidos políticos afectos al socialismo en varios países latinoamericanos. 

De allí surgió el Foro de Sao Paulo, creado por el Partido de los Trabajadores de Brasil en 1990, que avasalló el firmamento político brasilero de forma corrupta durante 15 años. Auspiciado por el castrismo desde Cuba, el Foro pretendía transformar la revolución guerrillera de tinte comunista en la captura cultural y electoral de extrema izquierda del poder político en las democracias de la región. Revolución silenciosa y concertada, como recomendaba el teórico marxista italiano, Antonio Gramsci, con prestigiosos intelectuales de izquierda infiltrados en las cortes, los medios de comunicación y los centros de pensamiento académico y universitario.

Es forzoso reconocer que en sus primeros años, Latinoamérica cayó en las garras del socialismo de nuevo cuño -aunque tardíamente en México- supuestamente democrático, pero invariablemente autocrático, especialmente en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, El Salvador, Perú, Nicaragua, Uruguay y Venezuela. Poco a poco, el socialismo del siglo XXI mostró su cara represiva, antidemocrática y corrupta para darle espacio vital a sólidos movimientos republicanos, que han puesto orden y concierto en este desbarajuste institucional, especialmente con Macri en Argentina -país de lamentable regreso al peronismo populista de los Kischner-, Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile, Vizcarra en Perú y en menor grado, Moreno en Ecuador y Bukele en El Salvador. Pese a que el socialismo -pregonado en Latinoamérica por el chavismo venezolano desde hace 20 años- se encuentra en estado de coma por su propia mano, aún se mantiene vivo gracias al apoyo cubano, chino y ruso, que lo protege para que mantenga el poder y sus canonjías. Si bien es cierto que no han sido suficientes las drásticas sanciones de Estados Unidos, ni el apoyo decidido del Grupo de Lima y de 52 naciones a nivel global, llegó la hora para que el pueblo venezolano le ponga fin a la dictadura de Nicolás Maduro, santuario de guerrilleros y narcotraficantes prófugos de la justicia internacional.

Andrés Espinosa Fenwart
Miembro del Consejo Directivo del ICP
andresespinosa@inver10.co