A cambio de puestos, contratos y canonjías, la mayoría de los políticos tienen la cuota más elevada de responsabilidad por deterioro democrático.
En su libro, ‘Cómo perder un país’, Ece Temelkuran, una de las columnistas turcas más críticas del autoritarismo de Erdogan en Turquía, presenta con lucidez los pasos usados por el populismo para pasar de la democracia a la autocracia.
La estrategia comprende la creación de un movimiento político; el desmantelamiento de los contrapesos políticos, judiciales y periodísticos; la manipulación del lenguaje; la sustitución de la información veraz por la posverdad; la anulación de la oposición y la sustitución por ciudadanos sumisos; y la persecución de sus mejores ciudadanos. La receta populista asoma sus puntiagudas orejas en nuestras tierras con la consolidación y el cuestionable accionar electoral del Pacto Histórico y sus correligionarios del petrismo radical.
La desprestigiada clase política colombiana -con la honrosa excepción del Centro Democrático y Cambio Radical- se ha puesto las botas hasta la cintura en el lento pero inexorable proceso de deterioro de la democracia colombiana; democracia afincada, desde tiempos inmemoriales, en la separación de los poderes públicos que opera, si bien de forma imperfecta, como un sistema de pesos y contrapesos de cara al gobierno populista de izquierda entronizado desde el pasado 7 de agosto en la Casa de Nariño.
Los políticos de todos los pelambres, lideres naturales de una nación democrática como la nuestra, abandonaron la oposición, el ideario y las banderas de sus partidos políticos para entregarse, arrodillados, sin vergüenza y sin dignidad, a Petro.
A cambio de puestos, contratos y canonjías, la mayoría de los políticos de nuestro tiempo tienen la cuota más elevada de responsabilidad por el deterioro democrático de nuestro país, al facilitar, desde la tribuna pública y el poder legislativo, la cooptación electoral y burocrática; primero en las urnas y luego con las propuestas de reforma política, electoral y penal, aceitadas con mermelada burocrática que todo lo puede.
El poder judicial, y en particular, algunos magistrados de las altas cortes y jueces, han cedido -silentes pero complacientes- a la tentación totalitaria, que es oprobiosa y creciente. La mayoría de los medios de comunicación -no todos- se han vuelto obsecuentes y blandos ante el poder presidencial y su narrativa pseudoprogresista; la academia, varios empresarios y gremios de la producción nacional han hecho lo propio al entregar el crisol de su independencia para garantizar sus concesiones estatales, mantener sus pingües ganancias o evitar la invasión de tierras; elementos que contribuyen al debilitamiento de la democracia y ponen en riesgo la preservación de las libertades económicas, empresariales y de información, como las concebimos y practicamos en Colombia.
En lugar de enfrentar el toro y defender la democracia,los susodichos han preferido correr con el astado, como en Pamplona, España, con la errada esperanza que al final de la trepidante corrida hacia la plaza de los San Fermines solo habrá revolcones y rasguños.
Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP