La segunda vuelta de las elecciones presidenciales del pasado 6 de junio en Perú tiene a sus connacionales y al resto de Latinoamérica al borde de un ataque de nervios. Los resultados oficiales de la Oficina Nacional de Procesos Electorales, ONPE, publicados en la mañana del martes 8 de junio, correspondientes al 97.170 de las actas procesadas, indican que el candidato comunista del partido marxista, leninista e indigenista, Perú Libre, Pedro Castillo, sale de la región de Cajamarca de donde es oriundo hacia la Casa de Pizarro con 8.595.431 votos, equivalentes al 50.2% de los votos totalizados. Keiko Fujimori del partido naranja, Fuerza Popular, cuenta con 8.511.882 votos y el 49,8% de los sufragios válidos. 

La diferencia actual que separa a Castillo de Fujimori para obtener la presidencia de Perú es de 83.549 votos, es decir, un exiguo margen de 0,49%, igual al resultado previsto en el conteo rápido realizado por Ipsos Perú y América TV, que da como ganador a Castillo con el 50,2% de los sufragios contra el 49,8% de Fujimori. Cabe añadir que en Perú, el conteo rápido siempre coincide con los resultados oficiales del escrutinio electoral. 

Castillo gana en las zonas rurales apartadas de Perú. Fujimori hace lo propio en Lima, Callao y la zona costera donde se concentra el milagro exportador del vecino país. Estos resultados confirman la brecha y la polarización existentes entre la ruralidad profunda y las ciudades que tienen a Castillo a un paso de la presidencia y presagian el sepelio del fujimorismo. 

La participación electoral en Perú es del 76%. Sin embargo, el ausentismo en el extranjero es del 64%. Pese a que en la mañana del martes aún faltaban por procesar el 51% de las actas electorales provenientes del exterior, que favorecen a Fujimori, todo apunta a que serán insuficientes para impedir que Pedro Castillo sea el próximo presidente de Perú, estatice la economía, expropie la industria extractiva, cierre el Congreso y convoque a una Asamblea Constituyente que reemplace la Carta Magna de Alberto Fujimori de 1993. 

¡Apague y vámonos!