El brexit tuvo fácil la entrada, pero difícil la salida.
Columna de Andrés Espinosa Fenwatrh EL TIEMPO
La prioridad política del excéntrico primer ministro inglés, Boris Johnson, es cumplir su promesa electoral de sacar a la Gran Bretaña de la Unión Europea –bautizada brexit– en consonancia con el resultado del referéndum realizado el 26 de junio de 2016. La realidad es que el brexit devoró a los anteriores primeros ministros, David Cameron y Theresa May, y ahora se erige como el mayor desafío político y económico europeo de los tiempos modernos.
Para el primer ministro Johnson, Gran Bretaña dejará de ser parte de la Unión Europea el 31 de octubre próximo, sin importar las consecuencias, y sin pedir más extensiones de tiempo, como lo hizo en su momento Theresa May. En Bruselas saben bien que ahora, las cosas son a otro precio. Johnson, a diferencia de sus antecesores, tiene la enérgica determinación política y el mandato popular de la mayoría del pueblo británico para ponerle fin a la tormentosa membresía británica, que se inició tardíamente y en medio de un gran escepticismo, el primero de enero de 1973.
Se abren así dos caminos mutuamente excluyentes. El Consejo Europeo decide flexibilizar su posición y accede a renegociar con el primer ministro Johnson el Acuerdo de Retiro pactado con Theresa May, o se dejan las cosas como están y la Gran Bretaña abandona el sueño europeísta el 31 de octubre.La primera opción luce bastante remota, dada la desconexión de los burócratas europeos, apoltronados en Bruselas, con los intereses y las preocupaciones británicas. Esta opción es igualmente improbable por la férrea posición del primer ministro Johnson en contra de otra extensión del plazo del 31 de octubre, definido según lo dispuesto en el artículo 50 del Tratado de Lisboa, relativo al mecanismo de retiro unilateral y voluntario de un país miembro de la Unión Europea.
El segundo escenario, salida sin acuerdo, parece más realista desde el punto de vista político, pero mucho más dramático para el futuro europeo y de la Gran Bretaña.
Actualmente, el segundo escenario, salida sin acuerdo, parece más realista desde el punto de vista político, pero mucho más dramático para el futuro europeo y de la Gran Bretaña. La clave de este asunto se contrae, inicialmente, a los primeros 100 días de gobierno del primer ministro Johnson. Por ahora, el plan de contingencia, denominado operación Martillo Amarillo, moviliza cerca de 16.000 tecnócratas británicos que buscan replicar los 36 acuerdos comerciales que dejarían de operar a partir del primero de noviembre próximo con la salida de Gran Bretaña, como el negociado con Colombia, que por cierto es uno de los 13 que se han perfeccionado hasta la fecha.
Los 23 acuerdos comerciales que faltan son la cabeza del león británico en la materia, los cuales, muy probablemente, no estarán listos para finales de octubre. Tampoco parece posible que la Gran Bretaña pueda renegociar los tratados europeos vigentes en multiplicidad de temas como aduanas, competencia, comercio internacional, investigación nuclear, medio ambiente, asuntos políticos, seguridad regional, justicia y asuntos internos.
Además de la Ley de Notificación y Retiro, aprobada por el Parlamento inglés en el 2017, se requieren al menos otras diez leyes para el manejo interno del abandono del Tratado de Lisboa, que rige el espacio europeo, entre las cuales se encuentran pendientes asuntos vitales como agricultura y pesca; el funcionamiento de Londres como centro financiero global en donde se negocian diariamente instrumentos financieros por valor de dos billones de dólares, equivalentes a la tercera parte del total que se mueve en todo el planeta, y la definición de las fronteras de Irlanda del Norte, Escocia y Gales.
Preocupa, asimismo, que solo una de cada cinco empresas se encuentra preparada para la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea, todo lo cual pone a temblar la estantería política y económica mundial. El brexit tuvo fácil la entrada, pero difícil la salida.