En un futuro no lejano, Bogotá podría ser considerada como la nueva ciudad perdida de Colombia.

Cuando el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada la fundó, en 1538, le dio el nombre de Nuestra Señora de la Esperanza. Premonitorio en verdad, considerando que la esperanza es lo único que nos queda a los bogotanos, hastiados de la inmundicia propiciada por la Alcaldía Mayor, derivada de grotescos grafitis y la invasión de vías por parte de vendedores ambulantes y recicladores, sin control.

La veedora distrital, Adriana Córdoba, llamó recientemente la atención sobre el “alto riesgo de incumplimiento” del 65 por ciento de las metas del Plan de Desarrollo Distrital 2012-2016, relacionadas con movilidad, educación, salud, integración social y hábitat. De lo anterior sobresale el incumplimiento del presupuesto de movilidad del 64 por ciento, con lo cual la construcción de la malla vial difícilmente se cumplirá.

En consecuencia, la realidad lunar de la capital de la República, asediada por cráteres que literalmente se tragan arterias y calles de barrio, se mantendrá para la posteridad.

La inseguridad es caso aparte. El indicador de victimización de la Cámara de Comercio de Bogotá se encuentra 5 puntos por encima del promedio de los últimos 10 años y a 11 puntos de la meta del Plan de Desarrollo 2012- 2016. El hurto a personas (75 por ciento) es el delito que más afecta a los capitalinos; el 47 por ciento ocurre con violencia y el 49 por ciento en los barrios residenciales. En Rosales, hace meses que bandas criminales armadas, hasta los dientes, matan celadores, roban casas, carros y apartamentos, todo con sorprendente impunidad, uno por uno hasta que no quede ninguno.

La Policía Nacional llega después de los hechos, examina los videos y regresa al CAI vecino como si nada hubiera ocurrido, sin patrullar la zona como es debido. No sorprende, entonces, que entre los encuestados, dos de cada tres personas piense que los barrios bogotanos son inseguros.

Los lugares donde más ocurren delitos son la calle (51 por ciento) y el transporte público (21 por ciento), particularmente en Transmilenio y en el lamentable servicio de taxis amarillos. El 89 por ciento de los encuestados opina que Transmilenio es inseguro, el 44 por ciento reconoce que el taxi es igualmente inseguro por los atracos y los paseos millonarios, modalidades delincuenciales que aumentaron del 7 al 15 por ciento. Ahora más que nunca se necesita legalizar el confiable servicio de taxis afiliados a Uber.

En materia de inseguridad, el 82 por ciento de los encuestados considera que la Alcaldía Distrital, las alcaldías menores, la Policía y el Concejo tienen un desempeño regular o malo. El 90 por ciento raja a la Administración capitalina en cuanto a la prevención de los delitos que más golpean a los ciudadanos.

¡En Bogotá, todavía subsiste la esperanza del cambio político extremo!