El fin nunca justifica los medios, menos aún para arruinar a los que tienen patrimonio para invertir, casa para vivir y carro para ir al trabajo.

El gobierno de Gustavo Petro -mal llamado progresista para evitar ser rotulado como socialista o comunista-, pretende confundir a la opinión pública con trinos y anuncios contradictorios y deshilvanados en materia económica (impuestos, hidrocarburos, minería, pensiones, tierras, salud, trabajo y comercio internacional) para irse lanza en ristre contra la prosperidad material, y en particular, contra los fundamentos que han sostenido la nación desde el siglo pasado.

El afán de invocar el apocalipsis climático y la supuesta responsabilidad individual de nuestro país -que tiene la sexta matriz de generación eléctrica más limpia del mundo, proveniente en 68% de fuentes renovables que no producen gases de efecto invernadero-, resulta equivocado en lo económico y tendencioso en lo político.

Equivocado porque no tienen contenido válido ni acciones de política pública. Y tendencioso porque utilizan el cambio climático para justificar todo tipo de acciones gubernamentales para trabar el aparato productivo. El uso de palabrejas y conceptos inventados, que no son ciertos ni castizos, como el ‘omnicidio’ para argumentar que el fin de la humanidad es consecuencia de la explotación de hidrocarburos, carbón y gas, tiene tanto de descabellado como de dogmático.

Difundir una perorata apocalíptica de extinción de la humanidad es negligente y contraproducente. Negligente porque niega los avances económicos, sociales y el desarrollo obtenidos gracias a la exploración y explotación petrolera, gasífera y carbonífera. Y contraproducente, pues como sociedad, en lugar de educar a los jóvenes para que cuiden el medio ambiente, produzcan y consuman de forma sostenible, alimentan el pesimismo, el desánimo y la frustración de primera línea, sentimientos que generan rencor hacia los adultos, promueven el repudio de los logros de generaciones anteriores y originan el rechazo de nuestros orígenes culturales e históricos hispanos, más allá de nuestro pasado mestizo.

Y lo hacen porque no quieren soluciones, quieren culpables. La obsesiva y artificial necesidad de cuidar el medio ambiente no puede ser una excusa para intervenir la economía de manera asfixiante. Es necesario desenmascarar este discurso intransigente que trata el petróleo, el carbón y el gas como venenos, que es preciso erradicar como si fueran males peores que la cocaína, cuya legalización plantean, sin vergüenza, en los corrillos oficiales.

No todas las decisiones estatales que se toman en torno al cambio climático son buenas o sostenibles. El fin nunca justifica los medios, menos aún para arruinar a los que tienen patrimonio para invertir, casa para vivir y carro para ir al trabajo. En lugar de aprovechar el maravilloso viento de cola proveniente de la administración Duque para sentar las bases para salir del subdesarrollo y combatir la informalidad laboral y la pobreza, por primera vez en la historia republicana de nuestra la nación, un gobierno parece apostarle todos sus denarios al decrecimiento económico y al encogimiento de su entraña, la clase media y empresarial, que crean empleo y riqueza. 

Andrés Espinosa Fenwarth
Miembro del Consejo Directivo del ICP.
andresespinosa@inver10.co