La Alianza Pacífico resume en un solo tratado lo bueno y lo malo del proceso de inmersión de nuestro país en las agitadas aguas del comercio global. Si bien desde la perspectiva política el acercamiento estratégico con Chile, México y Perú –miembros fundadores de la Alianza Pacífico– es un acierto digno de reconocimiento y aplausos públicos, es igualmente necesario confesar que el ministro de Comercio, Santiago Rojas, y la viceministra, Claudia Candela, heredaron una bolsa de anzuelos que contiene todo lo que no se debe hacer en negociaciones internacionales.
Para comenzar, el entendimiento comercial de Alianza Pacífico es el único acuerdo negociado en los últimos 20 años en el cual la transparencia y la concertación con el sector privado brillan por su ausencia. El inevitable, e incluso previsible, retiro del ‘cuarto de al lado’ del gremio más antiguo del país, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), no tiene antecedentes conocidos. Es más, este acuerdo comercial –por medio del cual se eliminan los aranceles de los bienes agropecuarios e industriales nacionales– es el único pacto negociado en nuestro tiempo sin instrumentos legítimos de defensa comercial (salvaguardias, medidas antidumping y derechos compensatorios contra subsidios a las exportaciones). A diferencia de los demás tratados internacionales de última generación, este arreglo mercantil tampoco contempla la eliminación de los subsidios a las exportaciones, considerados abiertamente perjudiciales para la producción nacional.
De análoga manera, el pacto comercial de la Alianza Pacífico es, quizás, el único en estas dos décadas sobre el cual pesan ominosas constancias originadas en el Senado y la Cámara de Representantes de Colombia. En ellas, varios honorables congresistas pertenecientes a diferentes agrupaciones políticas le solicitan de manera explícita y perentoria al Gobierno Nacional, que no ofrezca el Sistema Andino de Franjas de Precios, ni negocie los aranceles de los productos sensibles del agro, especialmente en arroz, maíz, lácteos, carne porcina, oleaginosas y azúcar. Los senadores y representantes que suscribieron estas constancias el 16 de mayo pasado le advierten al Gobierno que si sus recomendaciones no se acatan harán “oposición” a este tratado, “por considerarlo lesivo para el sector agropecuario”.
Pese a estos graves antecedentes y claras admoniciones políticas, según recientes declaraciones del canciller chileno, Alfredo Moreno, al diario Pulso, los presidentes de Chile, Colombia, México y Perú podrían reunirse en diciembre o enero próximos para suscribir el acuerdo comercial de la Alianza Pacífico, el cual “contempla bienes, servicios, compras públicas, eliminación de todos los aranceles, sistemas de solución de controversias y de facilitación de comercio”.
Así pues, el acuerdo comercial de Alianza Pacífico y el camino al infierno tienen algo en común: ambos están empedrados de buenas intenciones.