La temperatura política actual, propicia para la renegociación de los TLC, ha subido a niveles alarmantes, fenómeno que exige un sosegado análisis para evitar mayores perjuicios nacionales.
Para comenzar, es forzoso reconocer que el fuego amigo provocado desde el alto Gobierno cuestionó inicialmente los fundamentos y las bondades del TLC con Estados Unidos, considerado por legos y profanos el más importante de todos los tratados comerciales. A partir de allí, calificados voceros de la oposición hicieron causa común con los movimientos campesinos de las ‘dignidades’ para exigir la instintiva renegociación de todos los TLC pactados por Colombia.
La respuesta del Gobierno ha sido tardía e insuficiente, pues no ha podido articular las razones por las cuales la renegociación indiscriminada de los TLC podría resultar en la pérdida de mercados y oportunidades comerciales para nuestro país, cuya economía debe, necesariamente, complementar su mercado doméstico, de tamaño medio, con el aprovechamiento inteligente y el acceso a otros mercados de mayor tamaño y valor agregado.
Por definición, no tiene sentido alguno plantear la renegociación de acuerdos comerciales que no tengan cinco años de vigencia, periodo mínimo requerido para adelantar una valoración objetiva de sus primeros impactos en el sector productivo nacional. Este criterio dejaría por fuera del ámbito de una eventual renegociación de los TLC vigentes con EE. UU., la Unión Europea, Canadá, EFTA y el Triángulo Norte de Centroamérica y Venezuela. Cabe señalar, sin embargo, que en el marco del Acuerdo Multipartes con la Unión Europea, se convino a nivel presidencial la posibilidad de ejecutar ajustes técnicos a partir de agosto del 2016 para socorrer al sector lácteo.
Antes de embarcarse ciegamente en la renegociación de los TLC, el Gobierno debería tener en cuenta las cifras oficiales de comercio exterior. En la medida en que un acuerdo comercial origine una balanza comercial a favor de Colombia, es decir, en los casos en que las exportaciones sean superiores a las importaciones y se genere, en consecuencia, un superávit comercial, no habría razones de peso para renegociar un TLC que nos beneficia.
Al examinar la balanza comercial de los últimos veinte años, concluimos que China y México explican el 70 por ciento de los desequilibrios comerciales reinantes. Pese a que China produce un abultado déficit comercial de 2.672 millones de dólares en los primeros siete meses del año, no podemos renegociar un acuerdo que no existe. Por el contrario, el TLC con México nos causa, de enero a julio del 2013, un impresionante déficit comercial de 2.540 millones de dólares, cuyo tratado se erige como firme candidato para su renegociación, habida cuenta de que ocasiona un creciente desangre económico y comercial desde su implementación en 1995.