Rodolfo Hernández perdió la oportunidad de su vida para ser presidente de los colombianos. Después de la primera vuelta, el ingeniero se ubicó en el partidor presidencial del balotaje como un verdadero outsider de la política nacional. Desde ese mismo instante, el país entendió que el cambio era inatajable. En los primeros días que siguieron a la primera vuelta, las cargas políticas le favorecían. Rodolfo, santandereano de pura cepa, exitoso empresario hecho a pulso, acariciaba la idea de llegar a la primera magistratura. Sin embargo, ya se avizoraba en el horizonte el principio del fin de la saga presidencial del ingeniero. 

Las encuestas reflejaron de manera gradual, pero inexorable, el deterioro progresivo de la pequeña ventaja electoral, que entonces lo separaba de su contendor, el ahora presidente electo, Gustavo Petro. La cadena de errores de una campaña política que nunca fue, le pasó finalmente la factura. Pronto se hizo evidente que Rodolfo era un producto de las redes sociales, que ventilaban el hastío popular que les producía, a sus millones de seguidores, la corrupción y la politiquería. 

La ausencia de una estructura política electoral le impidió manejar los últimos días de campaña, que fueron caóticos. A pesar de contar con un aire adicional servido en bandeja por los PetroVideos, Rodolfo le dio prevalencia a un puñado de votos en Miami y descuidó los miles de votos de los indecisos en Antioquia y Bogotá. 

Pese a la genialidad de los TikTok que lo catapultaron en la primera vuelta, los videos en la piscina de su casa de recreo en Piedecuesta lo mostraron distante y arrogante, como les ocurre a los millonarios que se desentienden de las angustias populares. El video de la fiesta en un yate le añadió peso muerto a la desconexión del ingeniero con la base popular que lo acompañaba. El remate de esta deplorable faena fue el miedo evidenciado en torno a un debate con el entonces candidato, Gustavo Petro, quien siempre se mostró dispuesto a su realización. 

La suerte estaba echada. La candidatura del ingeniero lucía, irremediablemente, perdida. 

Autor: Andres Espinosa Fenwarth