Al igual que en Estados Unidos, los centros comerciales se encuentran amenazados con el correr de los tiempos.
En los años setenta, la actividad comercial en Bogotá se consolidó como el motor de desarrollo y modernización urbana más importante de la época. El Centro Comercial El Lago, construido por Álvaro Arias Restrepo en 1975, podría ser considerado el primero de su género en Colombia, con sus plazoletas al aire libre, restaurantes, pizzerías y boutiques.
En 1976, Unicentro de Pedro Gómez, ubicado en la calle 127 con carrera 15, favoreció la restructuración urbana de Bogotá, con almacenes ancla y espacios multifuncionales de vivienda (Multicentro y La Carolina) asociados a la recreación de sus habitantes, con nuevos patrones de uso del suelo y ampliación de los flujos de transporte.
El Centro Comercial Andino, construido por la firma de Pedro Gómez en 1993 en el antiguo Colegio Andino, promovió la combinación de almacenes, restaurantes, oficinas y tiendas exclusivas; valorizó, asimismo, los barrios residenciales cercanos de La Cabrera y El Retito.
El Centro Comercial Atlantis Plaza, diseñado por Design Group Incorporated, construido por Quijano de Irisarri en el antiguo lote del Colegio José Max León e inaugurado en 2001, contribuyó a resaltar el área de influencia comercial de la zona rosa como la conocemos actualmente.
Sin embargo, al igual que en Estados Unidos, los centros comerciales se encuentran amenazados con el correr de los tiempos. Camilo Congote, promotor y gerente de proyectos inmobiliarios desde hace 35 años, sostiene que “los centros comerciales, su formato de ancla y ofertas comerciales variadas, van a cambiar, probablemente no a van desaparecer. Los locales ancla cambiarán y los tamaños y formatos de los otros centros comerciales también”.
Congote considera que “prevalecerán los life style centers (centros de estilo de vida) con sus recorridos abiertos, simulando calles antiguas; la vida de antes, con las comodidades de hoy y las seguridades de hoy. Los centros comerciales pasarán a ser de servicios; prestarán, con mayor incidencia, las funciones de salud, vivienda, educación, recreación. Seguirán siendo puntos sociales de encuentro, especialmente para los estratos bajos y medios, que no tienen acceso a segundas viviendas o clubes sociales, inclusive restaurantes a mantel”.
En opinión de Congote, “se tendrán más black kitchens (cocinas ocultas), formato de los nuevos restaurantes enfocados hacia los domicilios y más vitrinas, que espacios de venta, con bodegas de distribución. Lo que no volverá son los locales comerciales como refugio para la inversión inmobiliaria. Sus precios se reajustarán, no necesariamente en un instante, pero así será. Los jugadores serán desarrolladores con apalancamiento o trabajando para fondos de inversión con proyectos de recuperación del capital a largo plazo y rentabilidad moderada”.
Congote espera que los inmobiliarios y los constructores tengan “tiempo para cambiar, innovar, y así, no destruir valor.
Un refugio inmediato para los inversionistas es participar en fondos inmobiliarios con alta diversificación de los tipos de inmuebles, cuyos vaivenes y vacancias sean imperceptibles, manejados por expertos y apalancados por capitales importantes, incluso fondos de pensiones como accionistas o fideicomitentes”.