El covid-19 profundizó las desigualdades económicas y sociales de una civilización moderna.
La humanidad, agobiada y doliente por la devastación producida por la peor pandemia de los últimos 100 años, transita con asombro y esperanza el sendero de la vacunación gradual y masiva en Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá.
Al ver la luz al otro lado del túnel, las atribuladas sociedades de nuestro tiempo comienzan el lento proceso de reflexión y reanimación social y laboral para intentar dejar atrás los peores días de miedo visceral, desesperación, impotencia, dolor y confusión, mezclados todos con muerte de amigos y parientes, creciente desempleo, informalidad y aislamiento social.
Paradójicamente, nunca antes habíamos estado tan conectados con nuestros familiares, amigos y colegas de todo el mundo, gracias a los avances de las telecomunicaciones y la virtualidad plena, de Zoom y Microsoft Teams, que superan todas las fronteras.
Sin embargo, observamos absortos una ausencia de control frente a un enemigo temible y traicionero, que no respeta a nadie, el coronavirus, y sus implacables secuelas económicas y sociales.
La pandemia desnudó ante los ojos de todos la cruda realidad del mundo actual. El covid-19 profundizó las desigualdades económicas y sociales de una civilización moderna, que se ufanaba, hace unos meses, de los avances tecnológicos y científicos que transformaron el mundo en una aldea.
En particular, sobresale el retroceso de la globalización, que nos aleja cada vez de la modernidad y la movilidad para favorecer la virtualidad sobre la presencialidad. Cada nación se defiende como puede, en respuesta a un desueto multilateralismo representado por la Organización Mundial de la Salud, que no pudo -o no quiso- poner a tiempo orden y concierto al contagio global de la pandemia china.
Según la revista británica The Economist, la comercialización de las vacunas contra el coronavirus ha generado tensión por la competencia evidenciada en su distribución entre los países más avanzados donde operan las multinacionales farmacéuticas que las originaron y el mundo en desarrollo que alberga las dos terceras partes de la población mundial.
Quizás sea la hora correcta para aplicar el mecanismo de licencias obligatorias previsto en el Convenio de París de 1883 y en el Acuerdo de Propiedad Intelectual de la OMC de 1994, según el cual se suspende el derecho de exclusividad del titular de la patente por razones de interés público, con lo cual las vacunas se podrían producir, masiva y globalmente, como medicamentos genéricos de libre disposición.
Además, es menester tener los ojos abiertos para no caer en las garras y en las promesas vacías del populismo barato que debilita las instituciones y corrompe la democracia. Las elecciones presidenciales y parlamentarias que se realizan en tiempos de pandemia constituyen un reto de grandes proporciones para el futuro de las naciones.
Los ciudadanos deben ver más allá de las palabras y apostarle al fortalecimiento del estado de derecho y la democracia participativa, en lugar de rendirse ante las falsas seguridades del supuesto progresismo de la izquierda radical.