El síndrome de Estocolmo es un estado psicológico que se presenta cuando un individuo se identifica de manera inconsciente con la persona que lo retiene en contra de su voluntad hacia la cual desarrolla una relación afectiva de dependencia y complacencia. Resulta un tanto paradójico cavilar que en estas difíciles horas de pandemia y confinamiento prolongado, como las vividas en estos días, se evidencien rasgos característicos de un fenómeno sicológico tan complejo como el síndrome de Estocolmo. Síntomas identificados por primera vez por Nils Bejerot (1921-1988), profesor de Medicina sueco especializado en investigaciones adictivas. 

Ciertamente, luce un tanto contradictorio que la gente perciba algún gesto de ayuda en una situación de aislamiento obligatorio con alivio y gratitud, como ha ocurrido en estos meses, dentro y fuera de nuestro país. En su fase inicial, la persona comienza a establecer un vínculo con la autoridad que lo retiene, que se traduce en una mejora en la percepción de las encuestas, cuya forma de pensar considera lícita y razonable, así no lo sea, como ocurre en Bogotá. El manto de incertidumbre que lo rodea contribuye a generar lazos iniciales de angustia y de posterior aceptación en la medida en que este se disipa. Se podría afirmar que después de la liberación física se generan sentimientos de reconocimiento por la detención forzada, ligados al crecimiento personal por el teletrabajo y el recibo de apoyos sin necesidad de trabajar. 

Es preciso tener en cuenta que el hecho de perder las libertades esenciales como la capacidad de profesar de forma presencial la fe religiosa, la movilidad, el deporte, la recreación y el trabajo presencial por la fuerza de las circunstancias, sitúa a los ciudadanos en una situación de desequilibrio e inestabilidad psicológica de aceptación de un estado de cosas, que en circunstancias normales, hubiera rechazado. Así pues, las masas se comportan de forma irracional frente a la virulencia y mortalidad del covid-19, a sabiendas de que no hay otra salida racional que acatar el confinamiento. Al final del camino, nos quedarán los recuerdos del síndrome de Estocolmo.