¡Lecciones históricas para no repetir con el populismo petrista en Colombia!

Hace 25 años, el coronel Hugo Chávez lideró dos intentos de golpe de Estado contra el orden democrático establecido, representado entonces por el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. La primera intentona de golpe militar fue originada por Chávez al frente del Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200), que se frustró el 4 de febrero de 1992 con la rendición y encarcelamiento de los golpistas. Chávez fue condenado por una Corte Marcial y enviado a la prisión de Yare, ubicada a 40 kilómetros al sur de Caracas. Desde allí, Chávez dirigió la segunda tentativa para derrocar al Gobierno el 27 de noviembre de 1992, que a la postre, se tradujo en una nueva capitulación y 140 muertos.

Pedro Carmona, profesor y director del Instituto de Hidrocarburos de la Sergio Arboleda –Universidad de la cual también soy catedrático–, escribió desde la distancia, el tiempo y el exilio en Colombia, una excepcional reflexión sobre Venezuela que nos permite entender la génesis del chavismo y la refundación comunista del vecino país. Según Carmona, Chávez fue sobreseído y liberado durante el segundo mandato del presidente Rafael Caldera, para luego “emprender la conquista del poder mediante otra forma de lucha, la electoral, aconsejada por Fidel Castro”.

Carmona revela que “tan pronto como Chávez salió de la cárcel de Yare en 1994, durante la cual gozó de todas las garantías, emprendió su nueva estrategia política y al poco tiempo fue invitado por Gustavo Petro a Colombia y alojado en su casa para recorrer sitios históricos y realizar contactos con la izquierda colombiana”. Carmona acredita que “el punto culminante fue la invitación que le formuló Fidel Castro para visitar La Habana en diciembre de 1994, en la cual fue recibido con altos honores. A partir de allí, Fidel se convirtió en su mentor político y padre afectivo (…) generando en Chávez eternos sentimientos de lealtad y subordinación”. Así, la injerencia cubanocastrista ha sido una constante al interior de la izquierda venezolana, especialmente desde la elección y arribo de Chávez al Palacio de Miraflores, en febrero de 1999.

Carmona admite que el gobierno de transición –que lideró fugazmente hace 15 años por la renuncia de Chávez– fue “una oportunidad perdida” y que “nunca ha eludido (sus) responsabilidades”, pero advierte que “es simplista adjudicar(le) las cargas del fracaso, pues fueron muchos los factores y actores que confluyeron en ese tsunami, no asociado a un plan conspirativo elaborado”. Con razón, Carmona fustiga a los partidos políticos tradicionales “por no propiciar la renovación generacional, la actualización doctrinaria y no asumir una lucha frontal contra la corrupción y el clientelismo”. Venezuela, añade Carmona, “subestimó el riesgo de Chávez y su mensaje populista”.

Carmona acierta cuando manifiesta que “entre ingenuidad e incredulidad, se creyó que en Venezuela era imposible implantar un sistema comunista. Dirigentes políticos, ONG, medios y empresarios, que apoyaron a Chávez, han llorado después amargamente su craso error”.

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